Me temo que llegó lo inevitable. Llevo casi dos meses sin escribir, porque no sabía cómo redactar uno de los peores años de mi vida, pero por fin he reunido todo el valor necesario para contarlo.
Empieza el año 2014, un año que ojalá jamás hubiese existido. Pero bueno, también me sirve para madurar y no volver a repetir nunca cosas que inexplicablemente hice durante este año. A pesar de todo lo que pasó, que no fue poco, el mejor resumen que podría hacer es el propio título de este quinto capítulo, cicatrices.
Este año me regalaron mi primer smartphone por mi decimosexto cumpleaños. Parece un dato muy irrelevante, pero no lo es. Poco después me creé una cuenta de cada una de mis redes sociales actuales. Empecé a conocer gente, y a relacionarme con personas interesantes que, encerrado en un pueblo alejado de todo, no podía conocer personalmente. No sé si sabéis el infierno que resulta ser el único adolescente homosexual "fuera del armario" en el entorno que vives. Necesitaba encontrar gente como yo, que me entendiese de verdad, y qué mejor forma de hacerlo que a través de las redes sociales. A pesar de lo mal que lo pasé, y lo perdido que estaba, aún conservo amistades que hice ese mismo año. Es difícil recordar cosas que hace más de tres años que sucedieron, e ignoro si aquel año fui feliz algún momento. Me viene a la cabeza una imagen mía, en febrero o marzo, llorando en la calle, con la nieve cayendo sobre mí, sobre mis inevitables ganas de estar muerto. Creo que este año perdí por completo la inocencia, me di de bruces contra la cruda realidad. Hubo gente que quiso hacerme abrir los ojos, y yo como adolescente inmaduro que era, me negaba a asumirlo.
También fue el año en que perdí la virginidad, pero nunca lo dije. Lo normal era que los hijos se lo contaran a su padre, y las hijas a su madre, a un referente que pudiese entenderles y ayudarles. Pero, ¿a mí qué me quedaba? El miedo de no tener a nadie que pudiese entenderme, de que nadie supiese explicarme nada sobre ese tema concreto. Ningún amigo, ningún adulto a quien poderle hacer preguntas respecto a un tema que incluso me daba vergüenza mencionar. No fue algo de lo que me sintiese muy orgulloso, al menos por un tiempo. Ahora pienso en ello y sinceramente, no me disgusta demasiado lo que ocurrió. Quizá por eso confié demasiado en las personas equivocadas, haciéndome vagas ilusiones de que por fin sería importante para alguien. Un error más que colecciono como recordatorio para poder aprender más sobre mí mismo.
Ese verano fui tres semanas a casa de una gran amiga, con quien tengo mucha complicidad y a quien aprecio mucho. Desgraciadamente las dos últimas semanas con ella fueron horribles, pues me puse muy enfermo. Fui de hospital en hospital sin saber qué me pasaba, hasta que por fin me diagnosticaron mononucleosis. Recuerdo muy bien las palabras del médico "Unos días más y podrías haber muerto". Lo peor fue lo que pensé en aquel momento, que ojalá hubiesen pasado esos días, y hubiese muerto de forma natural. La depresión estaba haciendo estragos en mi cabeza. El resto del verano fue muy tranquilo, me mandaron reposo y a penas hice gran cosa. Pero llegó el otoño, y las hojas que vagamente caían de los árboles, fueron manchadas con mi sangre.
Recuerdo largos paseos escuchando música, caminando a ninguna parte, pasando frío, lo que fuese con tal de estar solo. Lo peor fue, cuando un día lleno de furia, conseguí hacerme con una cuchilla. Lo siento mucho por la gente sensible que esté leyendo esto, pero necesito contarlo para intentar superarlo. Me agarré del brazo y, me corté. No dolió, no sufrí, simplemente me senté a llorar mientras la sangre recorría mi brazo, con un escozor que no me importaba soportar. Estaba enfadado conmigo mismo por haber hecho aquello, destrozado por tener que aguantar cosas que llevaba meses intentando evitar. Empecé el primer curso de bachillerato, y me sentía peor que nunca en el instituto. En parte por culpa de la depresión, y también, para mi desgracia, culpa de dos personas que no mencionaré. Tal vez su intención no era causarme tanto daño, pero yo era demasiado sensible como para querer soportarlo.
Recuerdo tener que ir a pasear a la perra de mi tía, que estaba enferma en el hospital, y aprovechar esos paseos para seguir haciéndome daño, expulsar sangre envenenada con una enfermedad mental que no era capaz de controlar. Ver a una perra que pensé que me tenía manía, intentando lamerme unas heridas que yo mismo me había hecho. Aquello me conmovió y me hizo odiarme un poco más a mi mismo por hacer algo que se me iba de las manos. Aunque la peor parte llegó el martes 16 de diciembre. Salí llorando del instituto, como muchos otros días, llegué a casa lleno de furia y, sin darme cuenta, me hice un corte más profundo de lo normal. Creí que me desangraba. Manché la ropa de sangre, y lo escondí todo para que no lo viesen mis padres. Entonces me di cuenta de que había ido demasiado lejos, y tenía que tomar una decisión. Dejar de hacerme tanto daño, o hacerlo de verdad y acabar por fin con mi vida.