Buenos días queridos lectores. Hoy no voy a hablar de temas de actualidad, aunque tengo muchas ideas en mente sobre diversos temas, pero hoy simplemente os voy a compartir uno de mis relatos. Varias personas llevan un tiempo diciéndome que lo publique en el blog, ya que gracias a él gané el concurso de relatos de mi instituto del curso 2015/2016. Así que nada, espero que os guste.
"Era una tarde de mayo inusual. El sol brillaba en lo alto, iluminando valles y praderas, que rebosaban del encanto primaveral que tanto me gustaba. Me decidí pues a dar un paseo por aquellos lares, lejos del contacto humano. Es curioso, pero la naturaleza me agradaba más que aquel pueblo lleno de máscaras hipócritas. Y, hasta aquel día, no supe cuánto puede conectar uno con la naturaleza.
Me adentré entonces en el bosque, con un poco de música como de costumbre. Pensé que tal vez un poco de Chopin alegraría a los animalillos que pudiese encontrarme. Y me sorprendí gratamente, pues una ardilla se me quedó mirando, en vez de huir asustada como hacían las demás. Se fue lentamente, que no corriendo, como insinuando que la siguiese, y así hice. La seguí hasta casi chocarme con un muro de piedra que pasaba desapercibido entre la maleza. La curiosidad me incitó a saltar aquel muro. Lo que vi tras él fue tan hermoso que me quedé perplejo durante unos instantes. Una pradera, tan verde que incluso podía percibirse el olor a hierba fresca con tan solo verla. Y a ambos lados de esta pradera, dos filas de árboles perfectamente alineados. Pensé en lo caprichosa que es a veces la naturaleza, pero esta vez me equivoqué. Aquellos árboles no estaban así por casualidad. En la corteza de cada árbol había una inscripción, junto con una fecha. Entonces me di cuenta de que aquello era un cementerio. El cementerio más bonito que había visto nunca.
Por las fechas de las inscripciones, deduje que la gente que estaba allí enterrada había vivido durante el siglo XVIII. Pero aquello no fue lo que más me sorprendió de las inscripciones, pues en ellas no había palabras de lamento o despedida. Comprendí entonces, que aquella gente no veía la muerte tan oscura y sombría como nosotros. Pues en sus epitafios no pretendían ser recordados, sino dar vida después de su muerte. Porque en ellos rebosaba tranquilidad y felicidad, no la angustia y el adiós que se refleja habitualmente. Hubo uno en particular que me llamó mucho la atención, decía así: No ames lo que eres, sino lo que puedes llegar a ser. Me hizo reflexionar, y llegué a pensar que tal vez aquella persona dijo esas palabras justo antes de morir, como si quisiera expresar que su muerte daría vida al árbol que allí había plantado. Que amaría la forma en que su muerte sería transformada.
Mi forma de ver la vida cambió desde aquel día. Supe desde entonces que teníamos una conexión especial con la naturaleza, pero que muy pocos sabríamos apreciarla. Que lamentablemente el mundo actual estaba destruyendo el planeta que nos dio la vida, devorando a pasos agigantados paisajes, ríos y mares. No podía soportarlo, vivir en aquel mundo destructor. Así que, cuando llegué a una edad avanzada, escribí esta nota, para hacerle saber a aquel que la encuentre, que el árbol pequeñito que está en medio de ese valle, soy yo".
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