jueves, 19 de octubre de 2017

Quién soy 4: La depresión

Junio de 2013, comienza un verano inolvidable, aunque desgraciadamente no para bien. Entre el 27 de junio y el 11 de julio, mi prima Iris y yo estuvimos de vacaciones en Inglaterra. Nos lo pasamos bien juntos, aunque yo a veces estuviese triste o decaído. Solía decir que era porque se me hacía extraño estar tan lejos de casa. Ojalá fuese cierto aquello, pues la realidad era totalmente distinta. No negaré que disfruté del viaje, pues así fue, pero podría haber sido mucho mejor de haber viajado en otras circunstancias, sano, sin aquellos pájaros atormentando cada pensamiento negativo que mi quebrada cabeza intentaba evitar sin éxito. Llegó el día de volver a España, por fin. Como siempre, intenté aparentar normalidad, pero aquella bomba estaba a punto de explotar.
Lo que viene a continuación lo explican mejor las imágenes, de una conversación que tuve con una buena amiga, el día 16 de julio. Quiero recalcar que gracias a su apoyo incondicional durante todos estos años, he logrado superarme a mí mismo poco a poco.



Lo que vino después ya es algo más obvio. Mi madre supo lo mal que estaba y decidió hablar con el médico para que me recomendase un psicólogo. Ese mismo verano comencé la terapia, y mi psicóloga me dijo algo que ya sabía, pero me negaba a admitir, tenía depresión. Las primeras sesiones fueron algo extrañas y un poco duras para mí. Pero gracias a ellas logré superar poco a poco ciertos traumas que me atormentaban. Seguí varios meses acudiendo a la psicóloga, pero como estoy siguiendo un orden cronológico, seguiré contando cosas que pasaron durante ese periodo de tiempo.
En septiembre de ese año comencé el cuarto curso de la ESO. Por lo general fue uno de los mejores comienzos que recuerdo, aunque no era muy difícil mejorar los anteriores. Por fin tenía una amiga en clase, Irene, con quien pasaba todo el día y a quien le contaba mis cosas. Pero las risas duraron poco. Por si no lo he mencionado, llevaba un año colado por un chico. Esto lo sabía muy poca gente, la gente más cercana a la que ya le había dicho que era gay. Pues bien, mes de octubre, a penas unas semanas después de empezar el curso. Ese día no había agua caliente en mi casa, lo recuerdo perfectamente porque fui a casa de prima a ducharme, y no podía parar de llorar. ¿Por qué? Pues a este idiota adolescente no se le ocurrió otra cosa que confesarle al chico que le gustaba precisamente eso, que le gustaba. En fin, imaginad la respuesta de un hetero de 15 años a un chico idiota de 15 años. Sinceramente, la culpa fue mía por no darme cuenta antes de que no tenía que haber dicho nada, aquello claramente no iba a salir bien. Desgraciadamente la cosa no acabó ahí. Al día siguiente había “rumores” por ahí de que yo era homosexual. Estaba harto de que la gente hablase de mi sin tener ni idea, así que decidí salir del armario. Prefería que todo el mundo se enterase de ello por mi, y no por los demás. Así que, para llegar a más gente en poco tiempo, escribí un texto en Facebook, que vio mucha gente. Y para mi sorpresa, había mucha gente que me comprendía y apoyaba. La sensación de liberación que tuve en aquel momento es indescriptible. Sin embargo no todo el mundo pensaba lo mismo. Había gente, afortunadamente poca, que usaban mi condición sexual como una excusa más para insultarme y acosarme. Pero gracias al apoyo de la gente de mi alrededor, y sobretodo de la psicóloga, era capaz de soportar aquel infierno. O al menos, eso quería pensar. Los meses siguientes no variaron mucho, hasta que llegó el año 2014, un año nefasto que, inconscientemente, mancharía de sangre.