Junio de 2013, comienza un verano inolvidable, aunque desgraciadamente no para bien. Entre el
27 de junio y el 11 de julio, mi prima Iris y yo estuvimos de vacaciones en
Inglaterra. Nos
lo pasamos bien juntos, aunque yo a veces estuviese triste o decaído. Solía
decir que era porque se me hacía extraño estar tan lejos de casa. Ojalá fuese cierto
aquello, pues la realidad era totalmente distinta. No negaré que disfruté del
viaje, pues así fue, pero podría haber sido mucho mejor de haber viajado en
otras circunstancias, sano, sin aquellos pájaros atormentando cada pensamiento
negativo que mi quebrada cabeza intentaba evitar sin éxito. Llegó el día de
volver a España, por fin. Como siempre, intenté aparentar normalidad, pero
aquella bomba estaba a punto de explotar.
Lo que viene a continuación lo explican mejor las
imágenes, de una conversación que tuve con una buena amiga, el día 16 de julio.
Quiero recalcar que gracias a su apoyo incondicional durante todos estos años,
he logrado superarme a mí mismo poco a poco.
Lo
que vino después ya es algo más obvio. Mi madre supo lo mal que estaba y
decidió hablar con el médico para que me recomendase un psicólogo. Ese mismo
verano comencé la terapia, y mi psicóloga me dijo algo que ya sabía, pero me
negaba a admitir, tenía depresión. Las primeras sesiones fueron algo extrañas y
un poco duras para mí. Pero gracias a ellas logré superar poco a poco ciertos
traumas que me atormentaban. Seguí varios meses acudiendo a la psicóloga, pero
como estoy siguiendo un orden cronológico, seguiré contando cosas que pasaron
durante ese periodo de tiempo.
En septiembre de ese año comencé el cuarto curso de
la ESO. Por lo general fue uno de los mejores comienzos que recuerdo, aunque no
era muy difícil mejorar los anteriores. Por fin tenía una amiga en clase,
Irene, con quien pasaba todo el día y a quien le contaba mis cosas. Pero las
risas duraron poco. Por si no lo he mencionado, llevaba un año colado por un
chico. Esto lo sabía muy poca gente, la gente más cercana a la que ya le había
dicho que era gay. Pues bien, mes de octubre, a penas unas semanas después de
empezar el curso. Ese día no había agua caliente en mi casa, lo recuerdo
perfectamente porque fui a casa de prima a ducharme, y no podía parar de
llorar. ¿Por qué? Pues a este idiota adolescente no se le ocurrió otra cosa que
confesarle al chico que le gustaba precisamente eso, que le gustaba. En fin,
imaginad la respuesta de un hetero de 15 años a un chico idiota de 15 años.
Sinceramente, la culpa fue mía por no darme cuenta antes de que no tenía que
haber dicho nada, aquello claramente no iba a salir bien. Desgraciadamente la
cosa no acabó ahí. Al día siguiente había “rumores” por ahí de que yo era
homosexual. Estaba harto de que la gente hablase de mi sin tener ni idea, así
que decidí salir del armario. Prefería que todo el mundo se enterase de ello
por mi, y no por los demás. Así que, para llegar a más gente en poco tiempo,
escribí un texto en Facebook, que vio mucha gente. Y para mi sorpresa, había
mucha gente que me comprendía y apoyaba. La sensación de liberación que tuve en
aquel momento es indescriptible. Sin embargo no todo el mundo pensaba lo mismo.
Había gente, afortunadamente poca, que usaban mi condición sexual como una excusa
más para insultarme y acosarme. Pero gracias al apoyo de la gente de mi
alrededor, y sobretodo de la psicóloga, era capaz de soportar aquel infierno. O
al menos, eso quería pensar. Los meses siguientes no variaron mucho, hasta que
llegó el año 2014, un año nefasto que, inconscientemente, mancharía de sangre.
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