Los siguientes dos años los recuerdo peor, mi
memoria no es capaz de recordarlo todo. Pero haré un esfuerzo. 2011,
finalizo mi primer año en el instituto, con unas notas bastante
bajas, teniendo en cuenta que mis notas en el colegio no solían
bajar del 8. Nunca fui un estudiante ejemplar, lo reconozco. Tampoco
pondré mis problemas de excusa frente a mis notas, aunque en algunos
aspectos sí que han influido, no voy a mentir. Septiembre de 2011,
comienzo mi segundo año en el instituto. De este curso me acuerdo de
algunas cosas más que el anterior. Las clases eran igual, hablaba
con algunas personas, pero sin tener confianza con nadie, ninguna
persona a la que contarle cómo me sentía realmente. Estaba aislado
en clase, pero no culparé a mis compañeros por ello, pues en parte
era yo quien quería estar solo. Tenía miedo, como de costumbre, de
que alguien me conociese realmente, y huyese por ello. De no ser
comprendido, ni aceptado. Aunque al menos tenía a mi prima Iris, a
quien nunca tuve el valor de agradecer que estuviese ahí. Fue
gracias a ella por lo que mis primeros años en el instituto se me
hicieron algo más llevaderos. A pesar de que no era del todo sincero
con ella, pues en esa época no lo era con nadie. Durante este curso
hice buenas migas con mi profesora de música. Empecé a expresarme
un poco más, pues mi pasión por el piano y la música empezó a
florecer poco a poco, y con ello una parte de mi más alegre, más
viva.
Los meses pasaban, llegó 2012, y con él mi decimocuarto cumpleaños. Un año más, y yo seguía igual de perdido, o al menos eso creía. A pesar de no haber salido aún del armario (no sé por qué sigo utilizando esa expresión), no podía evitar ser quien era, y eso la gente lo notaba. A veces me llamaban maricón, sin si quiera confirmar que lo era. Para nada es un insulto, pero así me hacían sentir que fuese, pues solo sabían usar esa palabra de forma peyorativa. Ellos solo ponían un granito de arena insignificante, que era el insulto. La montaña la creaba yo, haciéndome creer que mi vida no valía absolutamente nada porque era un cobarde incapaz de afrontar una realidad por miedo, miedo a que la gente pensase que era diferente, y me odiasen por ello, casi tanto como me odiaba yo a mi mismo. Acabó el curso, otro más, con unas notas razonablemente mediocres, no muy diferentes a las del primer año, para qué variar. Me acostumbré a no estudiar, tenía demasiados fantasmas en la cabeza que me impedían concentrarme. Y fui tan cobarde que, en vez de enfrentarlos, los puse como excusa para intentar evadirme de algo de lo que lamentablemente no podía escapar. Pasó el verano, un verano del que sinceramente no me acuerdo. No sé si estuve bien, o mal. Si hice daño a alguien, o solo a mi mismo. Solo sé que después de aquellos tres meses, comenzó uno de los cursos más duros emocionalmente que tuve que afrontar durante mis siete años de instituto. Pues ahora sí, mi vida estuvo en juego por primera vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario