Septiembre de 2012, comienza el curso que lo marcó todo, un antes y un después en la historia de mi vida, y en mi paso por el instituto. Tercero de ESO, el curso en el que tenía más asignaturas, de distintas ramas educativas, para poder elegir al final del mismo por cuál de esas ramas te orientarías el curso siguiente. Pero aquella elección era la menor de mis preocupaciones, una insignificante decisión comparada con el mar de monstruos que habitaba mi cabeza, al que le pondrían nombre unos meses más tarde. Como ya comenté en la anterior publicación, había gente en clase con la que me llevaba bien, aunque no tuviese mucha confianza con esas personas. Bien, esto es importante. Siempre pensé que tenía mucha empatía, que podía comprender los problemas de la gente y a veces me dolían a mi también. Una compañera de mi clase, a la que siempre tuve muchísimo aprecio, tampoco estaba bien. Tenía una enfermedad (tampoco voy a hablar mucho del tema porque no es algo que a mi me concierna), y faltó al instituto por unos meses. Lo sentí muchísimo por ella, de corazón. Toda la clase la echábamos de menos. Era, y es, una de esas personas imposibles de odiar, y que no podías evitar apreciar, se hacía de querer. De hecho le dediqué una publicación en mi blog hace tiempo. Aquí está. Gracias por tu apoyo durante todos estos años, de verdad.
En otoño de aquel año fui sincero con la persona más importante de mi vida. Pues cansado de ocultar mis verdaderos sentimientos, le confesé a mi hermana quién me gustaba. Se quedó algo sorprendida al saber que era un chico, pero no dijo nada al respecto. Aquello me dejó algo confuso, pero yo sabía que ella lo aceptaba.
Pasaban los días en clase, y ocurrió algo que jamás hubiese imaginado. Un día estaba en mi pupitre, cabizbajo y llorando, como de costumbre, cuando se me acercó una chica. Esa chica era la primera vez que iba a mi clase, pues estaba repitiendo curso. Me intentó animar y me sacó una sonrisa. Casi cinco años han pasado, y no se me olvidará nunca. Esa chica es ahora una de mis mejores amigas, Irene. Creo que se lo dije alguna vez, pero es muy probable que de no haber estado ella ahí, tal vez yo ya no estaría aquí. Jamás seré capaz de compensarte todo lo que has hecho por mi.
Por si fuese poco, durante este curso descubrí mi verdadera pasión por la escritura, pero de una forma no muy agradable. Nuestra profesora de literatura nos mandaba escribir relatos cada semana a algunas personas de la clase. Yo contaba historias que expresaban mis sentimientos. Hasta que leí en clase una de ellas. La historia trataba sobre una chica deprimida que acabó suicidándose. Todavía recuerdo las caras de mis compañeros y la profesora, asustados, sin saber qué decir. Poco después mi profesora me mandó a hablar con la orientadora del instituto (era nueva, porque el orientador que había estaba de baja). Durante varias semanas hablaba con ella, e intentaba ayudarme. Conseguí que se reuniese con mi madre y mi padre, y les contase aquello que a mi me atemorizaba tanto decirles, que era homosexual. Lo llevaron bastante bien, en ese aspecto tuve suerte, pero me recomendaron que por el momento no se lo dijese a todo el mundo. Es lo que tiene vivir en un pueblo con tan poca diversidad sexual. Pero no hacía falta que me dijesen nada, el miedo que yo sentía era ya demasiado fuerte, demasiado doloroso. Me daba asco a mi mismo por tener que ocultar mi verdadera identidad solo por miedo.
Acabó el curso, suspendí dos asignaturas, era la primera vez queme pasaba, me sentí un fracasado por ello. Y por fin llegó, verano de 2013. Iba a viajar a Inglaterra con mi prima Iris. Las cosas parecían ir bien, mejorando. Pero no era así, nada iba bien. Aquello solo fue el detonante, la bomba estaba a punto de estallar.
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