jueves, 10 de mayo de 2018

Quién soy 8: Carta a mi 2017

Doce meses, trescientos sesenta y cinco días, otro sueño fracasado y un giro de ciento ochenta grados. Parece un año cualquiera, pero no es así, nada más lejos de la realidad. Recuerdo enero vagamente, y no demasiado bien. Empecé el año con mala pata, del mismo modo que terminé el anterior, con ganas de morirme y sin saber qué hacer con mi patética vida. Parece una broma pesada, pero desgraciadamente ese sentimiento estaba bien arraigado en mi interior. Aunque no fue hasta seis meses después cuando estuve a punto de estallar. Febrero fue un mes que me gustaría olvidar. Ya es duro y doloroso que se muera un familiar tuyo, pero si encima se muere el mismo día de tu cumpleaños, no sabes qué sentir. Yo no lo hablé con nadie por miedo, pero sentía culpa, me sentía culpable porque aquello me afectase de aquella manera. Miserable porque sucediese justo ese día, y me odié y odio a mi mismo por no haber hecho nada, por no ser capaz de reaccionar ante aquella situación. Sé que nadie es capaz de hacer nada contra la muerte, pero me sigo dando asco a mí mismo por aquello.
No recuerdo bien marzo y abril, pero seguramente estaría agobiado por aprobar los exámenes, estresado porque estaba a punto de terminar el último curso de instituto, y sin la menor idea de lo que haría después. Sé que en mayo fui feliz, tal vez demasiado inocente, pero recuerdo un Abel sonriente, contento, y que no le temía a nada. Lamentablemente esa sensación no duró mucho tiempo, pero no fue la única del año.
Por fin llegó junio, y finalicé una etapa que llevaba años queriendo cerrar. Le dije adiós al instituto, esta vez fue la definitiva. No mentiré si digo que en cierto modo me daba pena, pero era más fuerte la sensación de alivio por marcharme por fin de aquel lugar que tantas veces me vio sufrir. En aquel momento sí que empecé a tener miedo a lo desconocido, a una nueva etapa que empezaría solo, lejos de aquel lugar, y de mi pasado.
Llegamos a julio, el mes en el que me llevé una de las palizas emocionales más fuertes, no solo de este año, sino de toda mi vida. Pero en cierto modo me sirvió para madurar, y aprender un poco más sobre lo cruel que puede ser la vida, y algunas personas. Decidí realizar un viaje con unas amigas, a otra ciudad. Unos seiscientos kilómetros me separaban de mi casa. Todo bien, hasta que fuimos a una fiesta. Me empecé a sentir muy mal porque ciertas personas no paraban de hacer comentarios despectivos sobre alguien importante para mí. Me emborraché, estallé, me puse a llorar como nunca y desahogarme. Conté cosas horribles sobre mi persona, de años atrás. También que me odiaba a mí mismo, y creía que todo lo malo que me había pasado en la vida era porque realmente lo merecía. Esa misma noche, estuve a punto de quitarme la vida, otra vez. Al día siguiente la amiga de esa ciudad, que era la que nos había acogido en su casa, digamos que me invitó a que me fuese de allí. Me vi solo, en una ciudad grande y muy lejos de casa. Por suerte, un amigo que vivía cerca me acogió y cuidó, a día de hoy sigo sin saber cómo agradecerle tanto. Pasé aquellos tres días que me quedaban para volver asustado, anonadado. No tenía ganas de comer, ni de nada. De no ser por este amigo no sé lo que habría hecho, nada bueno seguramente. 
Agosto fue algo memorable. Mi grupo de amigos y amigas me ayudaron a olvidar aquel calvario del mes anterior. Fiesta tras fiesta, risas, días enteros fuera de casa, disfrutando, sin agobios, sin pensar, simplemente disfrutando de la buena compañía, de la buena amistad. Sin duda este mes se convirtió en uno de mis favoritos gracias a esas personas. 
A penas empieza septiembre, y ya me mudé oficialmente. Otra ciudad, otra etapa que empezar, y un miedo horroroso por esa incertidumbre de quien no sabe lo que le deparará el futuro. Empezar a vivir con tu pareja, día a día, y el inicio de la universidad. Realmente me asustaba por nada, pues el destino tenía un regalo muy especial para mí. 
Octubre me enseñó que a veces la vida te sonríe, y debes aprovechar la oportunidad. Me tocaron unas compañeras de clase estupendas, que inexplicablemente saben sacar lo mejor de mí. Empecé a sonreír más, hablar más y socializar más de lo que pensé que podría. Creo que era un avance muy importante de mi personalidad, el hecho de ser capaz de abrirme a la gente, perder un poco la vergüenza y ser yo mismo de verdad. Y este cambio fue en gran parte gracias a mi pareja, un gran apoyo en vida diaria, y a mis compañeras de facultad, que me han ayudado mucho. 
Noviembre fue similar a octubre, aunque con más noticias buenas. Por fin me empezaba a gustar realmente lo que estaba estudiando, al menos de momento. Creo que es una de las cosas más importantes para un estudiante, que le guste lo que hace. Empecé a echar de menos a mis seres queridos, a quienes ya a penas veía. Y, a pesar de tener algún bajón repentino, descubrí que una vez más se abrió una ventana por la que entraba un pequeño haz de luz, felicidad y bienestar, y sentía que tenía que aprovecharlo. Que hacía mucho tiempo que no estaba tan a gusto conmigo mismo, y me quería de verdad.
Diciembre llegó casi sin avisar, como una suave brisa que se levanta de repente un día soleado. La emoción de volver a casa, volver a ver a personas que no veía desde hacía meses, y revivir momento como los de agosto. Intenté por todos los medios acabar bien el año, quedándome con lo bueno, lo que realmente importa, y con la esperanza de que el año próximo siguiese así de bien. Pero como descubrí más tarde no fue así, en absoluto. Una vez más mis demonios regresaron con intención de quedarse.

1 comentario:

  1. Qué mala amiga que te dejó tirado en la calle, tenía que decirlo. (aunque puede ser que en aquella fiesta dijeras cosas feas de esa persona). Pero ya que estas desde un principio tenía que haber sido hasta el final. Menos mal que tenías a ese amigo cerca de esa ciudad, si yo fuera tú ya me fuera dado un chungo.

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