jueves, 25 de octubre de 2018

Amordazada

Buenos días queridas lectoras y lectores. Hoy desgraciadamente, voy a hablar de un tema triste, algo que, a mí, y a cualquier persona con corazón y sentimientos le reconcome el alma. El pasado 23 de octubre murieron asesinadas tres mujeres por violencia de género. Con ellas la cifra asciende, si no me equivoco, a 44 mujeres asesinadas en lo que va de año. Si las sumamos al total de mujeres asesinadas desde el año 2003 en España, los resultados son aterradores, pues casi mil mujeres han muerto en los últimos 16 años por culpa de un machismo abrumador que por desgracia no cesa. A estas cifras habría que sumarle también los asesinatos de niños y niñas, mayoritariamente hijos de las víctimas, que a nuestro pesar sufrieron directamente el mismo maltrato que sus madres. Del mismo modo que no podemos olvidar la cantidad de criaturas inocentes que quedaron huérfanas como consecuencia de esos actos tan atroces.  Por eso, tampoco podemos olvidar a todas aquellas mujeres que, a pesar de seguir vivas, sufren cada día una violencia que no merecen, viven con verdadero miedo, y muchas de ellas no se atreven a denunciar, pues temen que pueda ocurrirles algo peor si lo hacen.

A continuación, publicaré un breve relato que escribí hace un tiempo, y que titulé “amordazada”, reflejando esa impotencia que sufren miles de mujeres víctimas de este tipo de violencia. Para concienciar más aún a todo el mundo sobre el fuerte impacto negativo que causa el machismo en nuestra sociedad, para luchar contra esta lacra que impide a las mujeres ser libres, y para recordar a las que por desgracia lo han olvidado, que no están solas, nunca más lo van a estar. Un pequeño recuerdo a todas esas mujeres que me demostraron la inmensa fuerza que poseen, y les ayuda a luchar para hacer de este mundo un lugar en el que la libertad y la liberación de las mujeres no sea una utopía, sino una realidad.

“Una niña de seis años llama tímidamente a la puerta del baño. Abre la puerta una mujer, joven, con el rostro amoratado. Su madre tampoco sonríe hoy.
En la cocina un hombre hambriento grita. Nada nuevo al parecer, pues la pequeña ni se inmuta ante semejantes quejas, debe estar acostumbrada. La mujer cocina entre sollozos, nada se oye ahora en la casa, solo un triste televisor en el que parece estar inmerso aquel hombre hambriento.
Empiezan a comer, sin dirigirse la palabra. La niña mira a su madre, preocupada, le tiembla el pulso y apenas prueba bocado. Sus ojos reflejan la tristeza de una niñez ennegrecida, de haber visto cosas tan terribles que no podría ni describir. Los ojos de la mujer reflejaban, más allá de los golpes, el verdadero miedo. Temor por seguir viviendo, temor por despertar cada mañana, pues era al abrir los ojos cuando comenzaba su peor pesadilla.
Llegan las cuatro de la tarde y el hombre se va, dando un portazo. A trabajar, al bar, tal vez ambas cosas, eso no importa. Lo importante es que se ha ido, unas horas, las que aprovechan ellas para respirar, aun sabiendo que más tarde la pesadilla continuará.
Cuidadosamente se maquilla la cara, y los brazos, y desaparecen a la vista las múltiples contusiones. Estaba claro que no era la primera vez que disimulaba los golpes. Arregló un poco a su hija y juntas bajaron a la calle.
Al salir se quedó un instante pensativa, mirando hacia la acera de enfrente, donde se hallaba la comisaría. A penas unos metros la separan del lugar, para ella, un abismo.”
Abel Vergara

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